¿En qué fallamos? La educación paradójica (438)
Este divertido vídeo anuncio de Sprite que hemos visto, me lleva a un artículo de Miguel Ángel Santos, un profesor de profesores, que leí hace tiempo y que incluía esta frase sacada de contexto (no digo que este autor la defienda):
“Si dos hermanos salen diferentes, como los pimientos de padrón, que unos pican y otros no, se tiende a decir que a pesar de la misma educación recibida la responsabilidad es de cada uno y de su genética.”
¿La “misma” educación? ¿Quiere decir la cosa que dos niños, por el mero hecho de vivir y crecer juntos, están teniendo iguales experiencias de aprendizaje y similares consecuencias? ¿Dan los mismos pasos, comen al mismo ritmo, tienen un sueño REM calcadito, su voz tiene el mismo timbre, vocalizan igual, y reciben los mismo cariñitos y atenciones? ¿Cuándo la madre o el padre están mirando, sonriendo, hablando o regañando a uno de los niños, hacen lo mismo y al mismo tiempo con el otro? No deja de sorprenderme la grandilocuencia con la que afirmamos la complejidad del ser humano y, a la par, lo burdos que llegan a ser algunos conceptos y metodologías educativas basados en prejuicios tan generalizados como no cuestionados sobre la naturaleza del aprendizaje.
A los servicios públicos de empleo acuden frecuentemente padres que acompañan a sus hijos para que se inscriban como demandantes de empleo. Cuando se perciben las extraordinarias semejanzas entre unos y otros no queda más que convertirse en un acérrimo seguidor del determinismo social y familiar: uno es lo que sus padres hicieron de uno. La educación sufre de líos corporativistas y debates siempre abiertos relacionados con su calidad y su eficacia, pero quizás el tema más recurrente y clásico sea el de determinar la responsabilidad del resultado: qué parte de la influencia corresponde a las familias, y cuál a la escuela. Padres y profesores enfrentados en una guerra de atribuciones: no fuimos nosotros/as los que generamos esos comportamientos y hábitos en su hijo (negativos, obviamente); enviamos a una persona a la escuela y nos han devuelto otra diferente (peor, se entiende).
Aunque se aceptara la pertinencia de este debate, cosa que dudo, creo que todo iría mucho mejor si cada parte implicada en este contexto, progenitores, formadores y el sistema en general, simplemente actuara como si tuviera TODA la responsabilidad. Pienso que la clave no es cuestión de actores, sino de métodos y de conceptos. A pesar de la eficacia comprobada de la psicología científica, también aplicada a la educación en cualquier contexto, ya sea en el hogar o en los centros educativos, y que incluso sale airosa de los escepticismos habituales “si no lo veo no lo creo” (ahí está SuperNanny en vídeo para comprobarlo), las metodologías educativas y la formación y actitud de muchos educadores, incluidos los padres y madres, siguen siendo más voluntariosas que técnicas, meras buenas intenciones. A los ingenieros y arquitectos se les exige que construyan y diseñen puentes que no se derrumben; a los maestros, que hagan lo que puedan, y a los padres que quieran muchos a sus criaturas, aunque ya sabemos que el amor es muy difícil de concretar. Además, si las cosas salen mal, ¿es que faltó cariño?
Me decía el otro día una amiga que durante una charla divulgativa y participativa que una psicóloga impartía en la guardería conjuntamente a familias y a profes del centro, todas chicas, éstas se ruborizaban y sonreían nerviosamente al comprobar que no seguían muchos de los consejos más básicos ofrecidos por la ponente, y que cometían algunos de los errores graves señalados. Lejos de recibir la reprobación de los padres asistentes, éstos ofrecieron comprensión y empatía ante este tipo de limitaciones aduciendo razones como la precariedad que sufren estas docentes y las dificultades que implica educar a una persona, “todo un misterio”. Lo importante es que ponen voluntad.
En fin, la paradoja es demoledora: si la educación es una tarea tan compleja porque el ser humano es muy complejo, ¿por qué no ponemos a los mejores y más cualificados profesionales a cargo de esta responsabilidad, les damos el reconocimiento y valoración que se merecen, y pedimos resultados en contrapartida? ¿Exigimos a las personas que van a ser padres que se formen como tales de manera sistemática y continuada antes de permitirles que de su palo creen su astilla? Esta “cultura de la educación” que tenemos impide que nos centremos en mejorar la propia aplicación efectiva de la educación y no nos quede más remedio que pasar la papeleta y la responsabilidad a los propios individuos cuando éstos fallan.
Un niño de 7 años que no aprende al mismo ritmo y que lee con dificultad es tonto. Si no mejora es porque no quiere o porque no le motiva. No tiene nada que ver con que en su casa no haya un p… libro, o que en su corta vida nunca haya visto leer a sus padres ni éstos hayan promovido estos hábitos, los de si tú lees, ellos leen. Por supuesto, tampoco las instituciones educativas tienen responsabilidad por no haber sabido ayudarle a avanzar de forma gradual y personalizada. Claro, es que faltan recursos y hay niños que de verdad no quieren aprender, los jodíos.
Señoras, señores, más método, más evaluación de verdad, como decíamos ayer, y más profesionalidad. Los puentes no se caen, las personas tampoco deberían. Y cuando lo hagan alguien tendría que dar muchas explicaciones. En fin, que si hace falta que los padres empiecen a pegar a sus hijos, como en esta viñeta que vi en Menéame, oye, pues habrá que ponerse. Pero que aprendan a pegarles, por dios.