Sintetizando las cifras ya disponibles del Instituto Nacional de Estadística que llegan al tercer trimestre del año, tanto de renta disponible como de población, la renta per cápita de 2009 para los españoles bajó hasta los 17.930 euros corrientes. Esta cantidad supone un descenso del 6,24% respecto a la renta por habitante de 2008, que llegaba a los 19.125 euros y se sitúa a los niveles de hace cinco años. Es como si en España el tiempo no pasara, como si el reloj se hubiera detenido, o peor aun, como si trabajara marcha atrás.
A veces da la impresión que la economía española es una especie de goma elástica de la que se estiró demasiado y, una vez llegó al máximo de elasticidad, no ha hecho más que recular. La recogida suele ser tan profunda que la mayor parte de las veces el punto de partida no es el límite del retroceso. Es probable que acabemos peor que cuando empezaba todo este festival especulativo y ridículo. La renta disponible ha encadenado cinco trimestres consecutivos de caídas, desde que comenzó su ajuste en el último trimestre de 2008 y parece que tiene pocas opciones de cambio de tendencia.
En estos momentos vivimos la pura lógica de la economía básica. Cae el PIB, desciende la renta bruta disponible. El descenso de la renta individual se produce a consecuencia de una caída de la renta bruta disponible y de la renta neta en consumo de capital fijo. Las obligaciones financieras de los hogares y las propias empresas durante los últimos años del ciclo expansivo han provocado este ajuste de la renta per cápita por vez primera en quince años. No nos detengamos en la epidermis del asunto.
Lo trascendental es que motiva esa caída tan importante.
¿Qué está pasando?
Si no se diagnostica adecuadamente no se puede aportar una sola solución.
Hasta ahora todo análisis se estructura
a partir de una burbuja inmobiliaria que explosionó,
un escenario turístico en crisis,
un sector financiero seco
y una mala gestión de las arcas públicas a la hora de aportar medidas de estímulo.
Es cierto todo,
sin embargo algunas consecuencias de todo ello empiezan a postularse como nuevas causas.
El hecho que las empresas en España cierren ya no es una consecuencia en si misma, ahora ya empieza a ser también una causa más para el empobrecimiento progresivo de nuestra economía.
Es un pez que empieza a morderse su miserable cola.
En estos momentos el cese de actividad empresarial en España posee el nivel más alto de su historia. Empieza a no servir ningún principio elemental para explicar el fenómeno. La gente cierra el negocio y ya está. Nada más. Ya no estamos hablando de autónomos que no lo lograron, ni de pymes que cierran asfixiadas, hablamos de cierre masivo de grandes empresas que facturan más de seis millones de euros.
A lo largo del pasado año 2.400 grandes empresas cuya facturación superaba los antiguos mil millones de pesetas han pasado a ser un recuerdo contable. La Agencia Tributaria empieza a hacer malabarismos con los datos que tiene y admite que es la primera vez que sucede. Por supuesto no va a ser algo anecdótico. Este año esa tendencia continuará. Nada se está haciendo para evitarlo. Para empezar se sigue sin admitir el momento históricamente dramático que estamos y estaremos viviendo. En 1994, cuando todo parecía desplomarse, nuestro PIB descendió un 1,1%. Ahora hemos cuadriplicado ese descenso en términos porcentuales cuando nuestro PIB actual es incomparablemente superior al de entonces.
Las grandes empresas españolas están tocadas. Esas compañías que facturan más de 6 millones de Euros son el 65% de la facturación total declarada en este país, el 80% de las exportaciones y el 42% de la masa laboral. La mayoría de ellas, dos tercios, provienen de los sectores muy tocados en este ciclo económico recesivo. En definitiva, el problema real, el paro, seguirá aumentando pues nada hace indicar que pueda cambiar la tendencia. Para recuperar el empleo hay que intentar que las condiciones laborales se gestionen directamente desde las empresas y no permitir la vinculación a los grandes pactos entre sindicatos y patronal, cuya representatividad está muy devaluada.
Por otro lado sería interesante dejar de dar la vara con los múltiples canales de auxilio que tienen la mayoría de entidades bancarias y agentes derivados y ofrecer garantías y ayudas reales a las pymes y a las empresas de nueva constitución. Debería de haber una especie de Fondo de Rescate para esos empresarios pequeños y para muchos emprendedores que cada día se ajustan el cinturón comiéndose un agujero más. Es insultante la enorme dificultad de financiación por las que atraviesan las empresas, sobre todo, las pymes. Por ello es urgente transformar el inservible Instituto de Crédito Oficial en un mecanismo útil y eficaz que alivie los problemas de tesorería que amenazan con ahogar casi 5.000 compañías este año.
Será imposible llegar a tasas de paro registradas previamente a la crisis. Volver al punto de partida va a costar, el tiempo perdido, los relojes detenidos son muchos. España en su justo punto. El manoseado "cambio de modelo productivo" no se producirá en breve. Es fácil de entender. Si un gobierno que debe impulsar ese cambio se pasa el día tocándose la parte interior del arco del triunfo es imposible que por ciencia infusa ese cambio de modelo pueda producirse.
Parece que todo el mundo piensa que la destrucción de empleo se detendrá en breve. Se suavizará pero no parará. Pronto se evidenciará la toxicidad de habernos engañado sistemáticamente con esas cifras durante los últimos años.
El paro es el que es, alcanza los 5,2 millones de españoles y no los 3,8 que advierten desde la Administración. Cuando eso les explote delante de sus fosas nasales, entonces, no habrá maquillaje que sirva para tapar las cicatrices. Para evitar ese barrizal habría que reducir las cotizaciones sociales urgentemente, permitir que las prestaciones por desempleo sirvan para incentivar la búsqueda de empleo y, explícitamente, rebajarse las indemnizaciones por despido.
El dinero se acaba, los planes de estímulo se basan en un principio de recuperación que no se producirá en breve. El Gobierno considera que puede ir aumentando la deuda y esperar a que, una vez venza, poder pagarla gracias a un milagro producto de su buena relación con Dios. Pues pinta en negro. La deuda española está perdiendo su credibilidad y la relación con la iglesia está muy deteriorada.
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