En mitad del océano Pacífico hay una isla en la que no se oyen los trinos de los pájaros al amanecer, ni el croar de las ranas ni el sonido de los lagartos, si es que hicieran alguno. En Guam todo el ecosistema ha sido copado por una especie de serpiente trepadora que fue introducida en los años 50 y que, al no encontrar depredador, arrasó con el resto de la fauna, excepción de la humana, con la que ahora comparte la isla.
Se calcula que la población de arbórea café (boiga irregularis) asciende a tres millones de ejemplares en toda la isla, a razón de 6.000 serpientes por kilómetro cuadrado o 20 serpientes por cada persona. Tal es la cantidad de serpientes que en los locales y viviendas de la isla son habituales los “apagones de serpiente” (snakeouts), que se producen cuando los reptiles se introducen por los respiradores de las estaciones eléctricas y alcanzan los transformadores de luz.
La proliferación de serpientes comenzó en las sabanas del sur en los años 50 y llegó a los bosques del norte hacia 1980, momento en que comenzó el exterminio de los pájaros. Los naturistas de la isla estaban desconcertados y achacaban la disminución de la antaño abundante fauna de pájaros de la isla a un envenenamiento masivo por DDT o incluso llegaron a sospechar que quedaban soldados japoneses escondidos en la isla tras la derrota en la II Guerra Mundial y que devoraban a los plumíferos.
Fue precisamente un buque de la armada americana que combatía en la Guerra Mundial el que llevó accidentalmente las serpientes trepadoras, originarias de Indonesia, a la isla, según averiguó el investigador David Quammen en su libro “The song of the dodo: Island biogeography in an age of extinction”, un libro dedicado no a los pájaros de Guam sino al dodo del título, el pacífico y patoso pájaro extinguido por la voracidad humana en el siglo XIX y que se ha convertido en un epítome de las extinciones causadas por el el ser humano.
El otro animal que ha proliferado en Guam ha sido la araña, que tienen que agradecer a las serpientes que hayan aniquilado también a lagartijas, lagartos y geckos, sus predadores naturales. “Así se instauró lo que los ecologistas llaman una cascada trófica, un acelerado desequilibrio de un ecosistema anteriormente equilibrado”, según relata Oliver Sacks en su apasionante viajea a “La isla de los ciegos al color”.