Madrid. Un chalecito confortable en una de las urbanizaciones más tranquilas de las afueras. Silencio, vegetación y una temperatura primaveral para una preciosa mañana de invierno. Pasamos a una acogedora salita con cómodos sofás, una gran pantalla de televisión, muchos libros y cientos de sonrisas celosamente guardadas en fotografías que llenan por completo estancia. Con una mirada llena de afecto nos espera él, Pedro Ruíz.Teníamos interés por ver una película, la de su vida. Y lo queríamos hacer desde un lugar preferencial, desde fuera de la escena. Allí encontramos a un Pedro Ruíz diferente, un alma limpia sin signos de vergüenza ante su desnudez. Errores, cicatrices, añoranzas, soledades, secretos nunca voceados... salpicaron nuestra conversación. Descubrimos a un terrorista tierno y compasivo -como dice Mingote- que va colocando artefactos explosivos que al final resultan ser fuegos artificiales y serpentinas de talento, luz y adorno de la bondad que acompaña a este gran desconocido. Descubrimos a un experto extravagante, acostumbrado a extra-vagar por fuera de lo establecido; a un rebelde que ha sabido vivir agazapado detrás del monigote por el que se le conoce, hecho que le ha permitido mirar todo sin ser visto.
Las luces se apagan. Se hace el silencio. Comienza la película.
Empezamos hablando del éxito conseguido con "La Noche Abierta" en La 2. "Precisamente el no ser periodista, creo que aporta al programa un aire diferente. Hago una cosa que he hecho desde que tenía 16 años, conversar, interesarme por las personas, convertirme en un amigo. Hoy en día sólo se podría hacer algo así en la Segunda Cadena, en el resto de las televisiones hay que hacer circos y variedades. Las cadenas están en manos de mercaderes que sólo buscan comisiones, basura... No se interesan por las personas, sólo por los números. Lo que se programa en la televisión, las películas que se hacen -aparte de que la gente quiera o no- no es algo casual. A estos mercaderes les conviene que la gente no piense".
Sabe perfectamente que comentarios como éste le han causado muchos problemas y le han cerrado muchas puertas. Ha probado el amargo sabor del veto y ha sido tachado de "persona non grata" por distintas empresas y medios de comunicación.
-¿Cómo se puede vivir instalado entre la admiración y el reproche?
-Es un milagro que cansa mucho. Un día me decía Fernando Rey en un espectáculo mío en el Teatro Calderón, "esto tuyo es el triunfo de un perdedor". Creo que he perdido bastante más de lo que he ganado por fuera, en cambio por dentro me sigo sintiendo con derecho a decir todo lo que pienso. Me traiciona mi sentimiento de rebelde y estoy acostumbrado a vivir siempre en el filo de la navaja. Nunca he sido un hombre cómodo. Por otro lado nunca he tenido el ansia de abarcar ni dinero, ni ambición. Mis inquietudes han sido rentables unas veces y otras me han dado problemas. Pero al final celebro las dificultades más que las ventajas. Prefiero pagar el precio que me da mi audacia al que me da mi miedo, y por supuesto, no estoy dispuesto a pasar por los aros de los clanes en un momento donde los clanes son los que mandan en el mundo de la comunicación. Mandan lo que yo llamo la 4M: Mafiosos, Mangantes, Mediocres y Maricones (no me refiero aquí a los homosexuales que merecen todos mis respetos).
-¿Y cómo se viven esos momentos de silencio obligado, de veto?
-El desierto mayor que he vivido ha sido durante estos últimos cinco años, donde no he hecho ni teatro porque no estaban las condiciones apropiadas para ello. De todas formas, aunque han sido momentos duros creo que constituye el mayor éxito de mi vida porque lo he vivido con entereza, disciplina -nada de tabaco, ni alcohol- y mucho deporte. He disfrutado de las cosas sencillas y he recuperado una dimensión bastante sincera del ser humano: el deporte, un juego con unas reglas iguales para todos. El que gana es quien más pelotas ha metido o quien corre más, no el hijo del Consejero Delegado o la hija del Presidente.
La historia con el deporte no es nueva. Siendo sólo un niño, Pedro llegó a ser subcampeón de España de gimnasia deportiva, desde entonces no ha parado de moverse: fútbol, tenis, footing, esquí acuático... Esto le ha permitido mantenerse siempre en forma... de cuerpo y de mente.
-En tu libro "El Estado y la madre que lo parió" analizas los entresijos del poder y creas una especie de "manual de autodefensa contra el Estado" que recomiendas a los ciudadanos para poder escapar de semejante criatura. ¿Cómo ves tú a ese poder y qué tácticas sigue?
-El poder es inmisericorde, no tiene amigos de conciencia. Un día preguntaron a Juan March por qué no se dedicaba a la política y él dijo "para qué si ya mando en los políticos". Los políticos no hacen más que lo que el dinero les deja hacer. Creo que hay políticos limpios, que hay gente bien intencionada, pero estamos en una sociedad de mercaderes y estos son los que empujan y cambian las cosas.
-Y por curiosidad, ¿cómo se juega en ese mundo sin perder -como dices- la libertad?
-Perdiendo dinero. He descubierto que la libertad de un hombre radica en su capacidad de renuncia, en no importarte tener malas temporadas o estar frente al sistema o al margen de él. Voy siempre contra corriente, no me gusta estar de moda, quiero ser un clásico de mí mismo y si un día triunfan mis canciones, estupendo. Y si por no pagar cuarenta millones de pesetas a la Ser no ponen mis canciones -todos sabemos cómo funciona-, pues tan contento.
-Con la mano en el corazón, ¿eres tan sincero como aparentas?
-Habrá que sospechar que no... Digo esto porque habrá que comprobarlo. Yo también miento en defensa propia.
-Presumes de tu rebeldía, pero a cambio ¿qué propones?
-Yo propongo irse al mar, rascarse la ingle y ver el atardecer. No quiero ni pretendo solucionar esta sociedad, cada cual que se las componga. No tengo ideas para la generalidad, cada uno debe intentar ser bueno en su entorno y punto. "Sólo soy un hombre que pregunta qué tendrá que ver este mundo con la vida", digo en el estribillo de una de mis últimas canciones.
-¿Se te escapa el ego de las manos tantas veces como dices?
-Cada día un poco menos. Por sentido pragmático, por ganas de no imponer, discutir o convencer.
-No obstante tus declaraciones provocan, tienen cierto peso...
-No, peso no. Sé cómo revolucionar a una opinión pública que se encandila con "Tómbola". Esta es una sociedad con muy poca cultura, la edad mental media del público no pasa de los trece años -estos datos no me los he sacado yo de la manga, son datos de un estudio reciente-. Aquí sólo interesa la vida de los demás -especialmente la vida de la entrepierna de los demás-, lo cual anula automáticamente todo tipo de reflexiones elevadas. Mira, hemos vivido un ratito de vida -sólo 1998 años- y vamos a pagar un precio elevado porque la naturaleza afortunadamente se rebelará. Hay una cuarteta de mi próximo libro que dice "avanza el cemento, crece el hormigón, a tomar por el culo la vegetación". Eso sí nos debería de importar. Algún día los bosques se pondrán en su sitio, habrá un temblor de tierra, el niño se hará mayor y todo ello nos pondrá en nuestro sitio, porque no debemos de olvidar que la tierra estaba antes.
-En tu vida te has reído de todo o de casi todo, pero ¿de qué no te reirías nunca?
-De los sentimientos de los demás y sus desgracias. De las cuestiones que afectan a la intimidad y el alma de los otros. Eso no forma parte del decorado sino de las dudas en las que estamos instalados, por lo tanto son respetabilísimas.
-Dices que todo lo que posees de valor lo llevas puesto. Además de lo que se ve, ¿qué llevas puesto en este momento?
-La cabeza y el corazón, o mejor, el corazón y la cabeza. A raíz de lo que he sido y soy, uno puede tener una casa confortable como ésta, pero tengo claro que no me ata, por eso cuando he tenido enfrentamientos con el poder han medido mal y han creído que me asustarían asediándome en la cuestión económica. Soy capaz de empezar de cero mañana. Para mí lo realmente importante es ver el crepúsculo por la noche, sentir la brisa del mar, bañarme en la playa, charlar o jugar con los amigos un partido de fútbol. Para mí la vida es más imprevisión que previsión. Está más enmarcada en el desorden que en el orden. El orden es la muerte, el desorden es la vida. Lo imprevisto, la jungla es lo vivo, el orden es la tala de árboles. Me gusta la aventura de la vida.
-Pareces una persona segura que sabe lo que quiere. ¿En tu mundo existe el miedo?
-Pues mira, le tengo miedo a la soledad, especialmente cuando razono solo en mi interior. A lo de fuera no, porque no me lo tomo en serio. Un día hablando con un ministro con el que tenía un enfrentamiento por el tema de Hacienda, le decía "no te das cuenta de que no soy beligerante, no es audacia, es desinterés... No me creo lo que representas, ni tu coche oficial, ni la nación, ni la bandera... Si no me asusta el más allá ¿por qué me va a asustar el más acá?". También soy una persona muy tímida, aunque no te lo creas.
-Esa mirada del niño que confiesa sus travesuras no tiene nada que ver con esa otra imagen de un Pedro Ruíz a la defensiva, que emplea a fondo su mente y su verborrea para desarmar al contrario.
-Cuando quiero puedo ser muy incordiante. Cuando me hacen entrevistas en las que dan por supuestas cosas y se instalan en la pedantería del decorado, puedo convertir un simple diálogo en algo insufrible. Lo he hecho en algunas ocasiones.
-Te esfuerzas en marcar la diferencia entre las imágenes que se dan, los monigotes que a uno le cuelgan y la verdad que vive dentro de cada persona. ¿Das mucho valor a tu vida interior?
-No soporto las reuniones sociales, no aguanto las discotecas, no soporto el ruido, me molesta el humo y bla, bla, bla... Tener una vida interior es fomentar tu propio pensamiento desde la influencia razonable de lo de fuera, pero sin dejarte arrastrar por las olas. La vida debe estar siempre motivada de dentro a fuera, al contrario sería una imposición.
"Soy un niño travieso que quiere seguir haciendo cosas mientras le divierta. Una persona que cree más importantes los sentimientos que los hechos, y que cree en esa comunicación que sólo se establece a través del silencio, los gestos y las afinidades. Alguien que nunca ha estado obsesionado por vocear su verdad y que ha preferido recorrer el camino de los nunca comprendidos al de los malinterpretados..."
... desaparece la imagen de la pantalla y surgen tres letras que anuncian el final de esta particular película.
FIN.
Se cierra el telón.