Todos somos conscientes de que, al dirigirnos a un bebé, lo hacemos de una forma diferente. En una lengua ligeramente distinta a la que empleamos al dirigirnos a cualquier otra persona. Una lengua que tiene las mismas características en todas las culturas del mundo.
Es lo que se ha venido a llamar LAN (o IDS en sus siglas inglesas): la particular forma en la que los adultos de todas las culturas del mundo hablan a los niños hasta que adquieren plena competencia lingüística (es decir, hasta los tres años, aproximadamente). La Lengua Adaptada a los Niños o maternés (si nos guiamos por una traducción literal de motherese) se caracteriza por un tono alto, mayor variación tonal, vocales y pausas articuladas exageradamente, frases breves y elocuentes y repeticiones para asegurar el mensaje.
Algo así: Holaa, bebééé… ¿quién te quiere a tiiii? ¿Ehhh? ¿Quiéééén?
Lo que no resulta tan obvio es lo que sucede cuando no estamos nosotros. Es decir, la forma que tienen de hablar los bebés cuando sus padres no están en la habitación. Gracias a un fascinante experimento realizado a principios de 1980, el llamado Narratives from the Crib (Narraciones desde la cuna) ahora sabemos que los bebés también tienen su propio idioma personal.
El proyecto tenía como protagonista a una niña de 2 años llamada Emily que vivía en New Haven. Le pusieron una grabadora en su cuna y registraron, durante varias noches a la semana los quince meses siguientes, tanto las conversaciones que sus padres tenían con Emily en el rato que la metían en la cama como los monólogos que la niña mantenía antes de dormirse.
Un grupo de psicólogos y lingüistas, dirigido por Katherine Nelson, de la Universidad de Harvard, analizó las 122 transcripciones de estos monólogos en solitario. Descubrieron entonces, con gran asombro, lo mismo que sucede con los padres cuando se dirigen a los bebés respecto a cuando se dirigen a los adultos: así como los padres hablan de manera más infantiloide con los bebés, los bebés también hablan de manera más infantiloide con los padres.
Pero a solas, los bebés hablan de manera más adulta, compleja y avanzada.
Carol Fleisher Feldman, miembro del equipo que se reunió a analizar las cintas de Emily, escribiría lo siguiente:
A lo largo del soliloquio, incluso, se permite hacer comentarios sobre lo animada que se va poniendo la cosa (“¿A que es divertido?”).
Si tenéis curiosidad por leer una de las historias de Emily, os reproduzco una que inventó cuando sólo tenía 32 meses de edad, sobre todo lo que ocurre en su rutina de los viernes, un viernes hipotético e ideal:
Vía | La clave del éxito de Malcom Gladwell
Es lo que se ha venido a llamar LAN (o IDS en sus siglas inglesas): la particular forma en la que los adultos de todas las culturas del mundo hablan a los niños hasta que adquieren plena competencia lingüística (es decir, hasta los tres años, aproximadamente). La Lengua Adaptada a los Niños o maternés (si nos guiamos por una traducción literal de motherese) se caracteriza por un tono alto, mayor variación tonal, vocales y pausas articuladas exageradamente, frases breves y elocuentes y repeticiones para asegurar el mensaje.
Algo así: Holaa, bebééé… ¿quién te quiere a tiiii? ¿Ehhh? ¿Quiéééén?
Lo que no resulta tan obvio es lo que sucede cuando no estamos nosotros. Es decir, la forma que tienen de hablar los bebés cuando sus padres no están en la habitación. Gracias a un fascinante experimento realizado a principios de 1980, el llamado Narratives from the Crib (Narraciones desde la cuna) ahora sabemos que los bebés también tienen su propio idioma personal.
El proyecto tenía como protagonista a una niña de 2 años llamada Emily que vivía en New Haven. Le pusieron una grabadora en su cuna y registraron, durante varias noches a la semana los quince meses siguientes, tanto las conversaciones que sus padres tenían con Emily en el rato que la metían en la cama como los monólogos que la niña mantenía antes de dormirse.
Un grupo de psicólogos y lingüistas, dirigido por Katherine Nelson, de la Universidad de Harvard, analizó las 122 transcripciones de estos monólogos en solitario. Descubrieron entonces, con gran asombro, lo mismo que sucede con los padres cuando se dirigen a los bebés respecto a cuando se dirigen a los adultos: así como los padres hablan de manera más infantiloide con los bebés, los bebés también hablan de manera más infantiloide con los padres.
Pero a solas, los bebés hablan de manera más adulta, compleja y avanzada.
Carol Fleisher Feldman, miembro del equipo que se reunió a analizar las cintas de Emily, escribiría lo siguiente:
En general, el lenguaje que usaba para hablar consigo misma era tan rico y complejo (comparado con el que usaba con los adultos) que, como estudiosos del desarrollo del lenguaje que éramos, empezamos a dudar de si la descripción ofrecida por la literatura científica hasta la fecha acerca de la adquisición del lenguaje no estaría quizá representando erróneamente la conducta real de conocimiento lingüístico. En cuanto se apagaban las luces y los padres salen de la habitación, Emily manifiesta un dominio asombroso de formas de lenguaje que jamás habríamos sospechado a juzgar por su forma (cotidiana) de hablar.Los monólogos de Emily eran diferentes a las conversaciones con sus padres en el vocabulario, la gramática e incluso la estructura de las oraciones. Se inventaba cuentos, narraciones que explicaban y organizaban todo lo que pasaba cada día. Empleando para ello énfasis tonales, prolongaciones de palabras clave, y una especie de “reconstrucción” con reminiscencias del cinéma-vérité.
A lo largo del soliloquio, incluso, se permite hacer comentarios sobre lo animada que se va poniendo la cosa (“¿A que es divertido?”).
Si tenéis curiosidad por leer una de las historias de Emily, os reproduzco una que inventó cuando sólo tenía 32 meses de edad, sobre todo lo que ocurre en su rutina de los viernes, un viernes hipotético e ideal:
Mañana cuando nos levantemos de la cama, primero yo y vosotros, papá y mamá, desayunamos… desayunamos como de costumbre, y luego vamos a jugar y luego en cuanto llega papá, llega Carl, y vamos a jugar un ratito. Y luego Carl y Emily se van a ir juntos en el coche de alguien, vamos a la guardería [en un susurro], y luego, cuando lleguemos, vamos a salir todos del coche, entrar en la guardería, papá nos va a dar besos y luego se va a ir, y luego decimos, luego diremos adiós, luego él se va a trabajar y nosotros vamos a jugar a la guardería. ¿A que es divertido? Porque yo a veces voy a la guardería porque es día de guardería. A veces me quedo con Tanta toda la semana. Y a veces jugamos a mamás y papás. Pero normalmente, a veces, ehm, ah, voy a la guardería. Pero hoy voy a la guardería por la mañana. Por la mañana, papá por la, cuando y como siempre, vamos a desayunar hacemos siempre, y luego vamos a… luego vamos a… jugar. Luego vamos a, luego va a sonar el timbre, y aquí está Carl, y luego Carl, luego vamos a jugar, y luego…No sé a vosotros, o quizá es porque no tengo experiencia con estos temas, pero yo, en mitad de la noche, oigo esta perorata desde la habitación del bebé y llamo a losCazafantasmas o a aquella mujer bajita de Poltergeist.
Vía | La clave del éxito de Malcom Gladwell