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¿Qué diferencia hay entre toros y mariscos?



Un viejo amigo periodista llamado Rubén Amón me introdujo a los toros de la mejor manera posible. Yo era un ignorante de las artes taurinas y le pedí a él y a otro experto llamado Javier Villán que me invitaran a una corrida y me explicaran qué sucedía allí y por qué.
Como para mucha gente, las corridas de toros para mí eran una escenas aburridas que aparecían en televisión desde que era pequeño. No me llamaban la atención. Cuando trabajaba en El Mundo tenía a mano un montón de especialistas que yo decidí aprovechar. Por ejemplo, Rafa Sierra sabía mucho de arte y estaba en Cultura, de modo que me iba de su brazo a Arco para que me explicara qué escondía de bello una bañera con cucarachas liofilizadas.
Lo mismo hice con Amón y Villán. Pasé varias tardes con ellos y empecé a comprender un poco el toreo, pero ni soy experto ni me apasionan los toros. Era por pura curiosidad, por ejemplo, como pedir a alguien que me explicara cómo funciona una central termosolar.
Rubén Amón defendía los toros a muerte. Lo enviaron de corresponsal a Italia y allí a veces se reunía a comer con periodistas italianos que le echaban en cara su amor por los toros. A conciencia, Rubén pedía gambas o cualquier crustáceo, y mientras escuchaba las diatribas contra los toreros, iba despellejando al animalito, cosa que hacían todos a la vez.
Al final les preguntaba: “¿Me podéis decir qué diferencia hay entre matar a un toro en una corrida y hervir vivos a estos animalitos antes de comerlos?”.
No es lo mismo, respondían. Y ahí empezaba la discusión divertida porque “no es lo mismo” se apoyaba en que las gambas tenían un uso social, ser comestibles, pero ensañarse con los toros era crueldad. Otros decían que los crustáceos eran pequeñitos, cosa poco sostenible porque ¿quién establece el tamaño en que se puede matar a un animal  y expulsar un eructo sin remordimiento?
Siempre he recordado estas discusiones cuando se habla de los toros. He asistido como invitado a varias corridas y admiro la valentía de los toreros. También comprendí por qué las crónicas de toros no estaban en la sección de Deportes, sino cerca de Cultura. Las crónicas taurinas, a pesar de que no las entiendo aún, me parecen un género literario, no un género periodístico. Creo que son un invento grandioso. Ya sé que es difícil de explicar a los extranjeros porque no lo entienden. ¿Un arte? Es como si en Texas  los policías hicieran danzas y filigranas antes de electrocutar a un reo, y luego los periodistas compusieran bellos epigramas en sus diarios. Cruel, cruel, cruel. Pero siguen siendo fantásticas esas crónicas.
En todo esto, nadie puede negar que hay muchas contradicciones humanas. Una vez me invitó el amable dueño de El Pozo a visitar la mayor fábrica de productos cárnicos de Europa, que está en un pueblo Albacete. Alimentaban a las piaras de cerdos en sus propias tierras, luego metían a los animales en las máquinas, que los electrocutaban, los desangraban, los descabezaban, los despellejaban y los convertían en salchichones o paletillas. Los restos eran molidos, y se usaban como pienso para los cerdos de nuevas generaciones. Era el ciclo de la vida y de la muerte. Después de ver aquel Cirque du Dracula de mortandad porcina, me pregunté si los humanos nos estábamos deshumanizando, y hasta dejé de mirar raro a los vegetarianos. Me recordaba escenas de la película futurista Soylent Green (Cuando el destino nos alcance) donde Charlton Heston descubre que las funerarias enviaban los cadáveres a fábricas descarnadoras que los convertían en pastillas alimenticias y vitamínicas. Un asquito.
Además, esta decisión de prohibir los toros tiene su polémica typical spanish: cualquier cosa que se haga en España tiene un significado político. Si los toros hubieran sido prohibidos por los extremeños, a lo mejor nadie se echaría las manos a la cabeza. Pero si lo hacen los catalanes o los vascos, entonces ya supone interpretarlo como un ataque a la idea de lo español. Y aquí, hay muchos políticos de ciertas latitudes que lo han celebrado así, seamos sinceros.
Es verdad que cuando vi la cogida por la boca al torero Julio Aparicio pensé que este arte era demasiado peligroso y que tarde o temprano, en este siglo, acabaría siendo prohibido el toreo. Pero lo pensé más por el torero que por los toros, lo confieso. Hay escenas que son horripilantes.
Me preocupa que los enemigos del toreo se hayan preocupado más de la vida de los animales que de los toreros. Yo pienso más en los toreros que en los animales, a pesar de que no me gusta mucho ver bichos desangrados ni caballos despanzurrados, como vi el año pasado en Las Ventas.
Cuando vi la votación de la prohibición me di cuenta de que no tenía claras mis emociones. Temo que se esté perdiendo algo muy tradicional, pero mis reflexiones también traicionan esa percepción porque me aterra la muerte de los toreros.
En fin, cuando alguien  expone el asunto, yo, por molestar, saco el ejemplo de los mariscos y me divierte mucho ver cómo se enciende el debate. 
Es por molestar.