Antes de que comenzara el Mundial de fútbol en Sudáfrica, las crónicas periodísticas estaban influidas por el deseo de la concordia. El estreno de la película “Invictus” basada en el libro del periodista de El País John Carlin, sobre aquel partido de rugby que unió a blancos y negros bajo una sola bandera, despertó el entusiasmo por un país que había sido conocido por el apartheid, Charlize Theron, diamantes como huevos de dinosaurio y vinos muy baratos.
Pero los periodistas no son ciegos. Desde hace unas semanas, empiezan a verse artículos en la prensa, o programas en la televisión sobre la otra cara de Sudáfrica. El 60% de la población negra vive en barrios de chabolas, sin agua, pero con pantalla plana. Los crímenes, los robos y las agresiones ponen a Sudáfrica en la lista de los países más peligrosos del mundo. El autobús de los periodistas que seguía a la selección española sufrió una agresión la semana pasada. Los periodistas confiesan haber sufrido robos en los hoteles donde están alojados. La policía ha tenido que convertir los hoteles de las concentraciones, en campos de concentración (por cierto, el primer campo de concentración nació en este país a principios del siglo XX).
Por muchas películas que se estrenen, y por muchas crónicas mañaneras que nos anunciaban una nueva Sudáfrica, la verdad es otra: sigue habiendo en ese país unadivisión. Ya no es racial. Es de clases. Unos ricos y otros pobres. Igual que antes, pero no se puede hablar de racismo de apartheid porque oficialmente no existe.
El país es gobernado por el partido de Nelson Mandela, el Congreso Nacional Africano. Ni el actual presidente del país, Jacob Zuma, ni los anteriores Thabo Mbeki o Nelson Mandela, lograron mejorar el nivel de vida de la población negra. Y ha empeorado la criminalidad. Hace cuatro años, un teletipo de la agencia africana de noticias decía lo siguiente: “Sudáfrica ha entrado en el numeroso grupo de países incapaces de controlar la frecuencia con la que se cometen crímenes graves – asesinatos, atracos a mano armada y violaciones -. Ante esta situación, tanto los principales medios de comunicación como la oposición han estado presionando al gobierno por su fracaso a la hora de contener el crimen”.
El embajador de EEUU en ese país hizo entonces una declaraciones al diario Sunday Times donde denunciaba la falta de seguridad, algo que causó un disgusto diplomático de altura entre los dos países. “ ¿Quién va a gastarse una gran cantidad de dinero viniendo aquí de vacaciones para pasárselo bien cuando está preocupado por la posibilidad de ser atacado?”, afirmó el embajador Eric Bost en 2006. Desde entonces, a pesar de las medidas de seguridad, la situación no ha cambiado.
Según una información de la agencia France Presse fechada el 10 de este mes, Sudáfrica tiene uno de los índices de criminalidad más altos del mundo. Se cometen 50 asesinatos al día. Para no asustar al mundo, se ha tenido que poner en marcha un plan para movilizar 44.000 policías. “Los robos violentos y el secuestro de vehículos van en aumento”, dice la información. Y lo peor es que la mayor parte de los crímenes se comete en los barrios pobres, los llamados townships.
El Mundial ha servido para eso: para destapar la cara de Sudáfrica que no quisimos ver. Y encima, no se han clasificado.
Pero los periodistas no son ciegos. Desde hace unas semanas, empiezan a verse artículos en la prensa, o programas en la televisión sobre la otra cara de Sudáfrica. El 60% de la población negra vive en barrios de chabolas, sin agua, pero con pantalla plana. Los crímenes, los robos y las agresiones ponen a Sudáfrica en la lista de los países más peligrosos del mundo. El autobús de los periodistas que seguía a la selección española sufrió una agresión la semana pasada. Los periodistas confiesan haber sufrido robos en los hoteles donde están alojados. La policía ha tenido que convertir los hoteles de las concentraciones, en campos de concentración (por cierto, el primer campo de concentración nació en este país a principios del siglo XX).
Por muchas películas que se estrenen, y por muchas crónicas mañaneras que nos anunciaban una nueva Sudáfrica, la verdad es otra: sigue habiendo en ese país unadivisión. Ya no es racial. Es de clases. Unos ricos y otros pobres. Igual que antes, pero no se puede hablar de racismo de apartheid porque oficialmente no existe.
El país es gobernado por el partido de Nelson Mandela, el Congreso Nacional Africano. Ni el actual presidente del país, Jacob Zuma, ni los anteriores Thabo Mbeki o Nelson Mandela, lograron mejorar el nivel de vida de la población negra. Y ha empeorado la criminalidad. Hace cuatro años, un teletipo de la agencia africana de noticias decía lo siguiente: “Sudáfrica ha entrado en el numeroso grupo de países incapaces de controlar la frecuencia con la que se cometen crímenes graves – asesinatos, atracos a mano armada y violaciones -. Ante esta situación, tanto los principales medios de comunicación como la oposición han estado presionando al gobierno por su fracaso a la hora de contener el crimen”.
El embajador de EEUU en ese país hizo entonces una declaraciones al diario Sunday Times donde denunciaba la falta de seguridad, algo que causó un disgusto diplomático de altura entre los dos países. “ ¿Quién va a gastarse una gran cantidad de dinero viniendo aquí de vacaciones para pasárselo bien cuando está preocupado por la posibilidad de ser atacado?”, afirmó el embajador Eric Bost en 2006. Desde entonces, a pesar de las medidas de seguridad, la situación no ha cambiado.
Según una información de la agencia France Presse fechada el 10 de este mes, Sudáfrica tiene uno de los índices de criminalidad más altos del mundo. Se cometen 50 asesinatos al día. Para no asustar al mundo, se ha tenido que poner en marcha un plan para movilizar 44.000 policías. “Los robos violentos y el secuestro de vehículos van en aumento”, dice la información. Y lo peor es que la mayor parte de los crímenes se comete en los barrios pobres, los llamados townships.
El Mundial ha servido para eso: para destapar la cara de Sudáfrica que no quisimos ver. Y encima, no se han clasificado.