Estaba tomando un café en un bar de Madrid que no sabía servir buenos cafés, cuando me golpeó la nuca una corriente de aire frío y se escuchó la voz del vendedor de Lotería. ¡Lo tengo! El hombre se acercó a los camareros de la barra y les ofreció varios números. ¡Tengo el Gordo!
Aquello no tenía nada de particular. Otro vendedor en otro bar que decía tener el Gordo de Navidad. Y aquí empezaban ya sus trucos.
El primero fue gritar el número. Ah, pillo, pensé, el truco de recitar en voz alta el número para que cada parroquiano que está tomando un café de mala muerte se diga en voz baja: “Vaya, a lo mejor es justo el que va a tocar. ¿Seré tan tonto de no comprarlo?”.
Pero una voz interior siempre contradice esa sensación: “Tonterías. Un número como cualquier otro. Típico truco de los vendedores”.
Me di la vuelta para verlo. Era un tipo, no sé, de 50 años. O 40 años cascados. Tenía el acento aguardentoso de los que han pasado mucho frío, o han pasado por chirona. “Hay que ignorarlo”, me dije.
Lo camareros dudaban si comprar un número terminado el 13 (el que yo había escuchado), o uno acabado en… no me acuerdo bien. Da igual. Era una terminación. Las estadísticas dicen que la terminación que más toca es el 5. A mí no se me borraba el 13. Pero sabía que era un truco enamorarse de esa terminación por el simple eco.
Mientras sorbía el hervido de semilla molturada de café (también llamado “solo”), el vendedor no paraba de rasgar décimos y recibir dinero. Faltaba menos de una semana para el sorteo del Gordo y eso ya le daba ventaja pues se había acelerado el deseo de los mortales de ser millonarios. “Este pobre hombre está sacando provecho del factor ’se me acaban los décimos’. Otro truco”, pensé.
Cualquier actuario de seguros sabe que los hechos cotidianos son fruto de causas predecibles o impredecibles, pero siempre muestran una contundencia en la regularidad en que se presentan. Podemos preverlos si tenemos la información, pero la mayor parte de las veces lo achacamos al azar porque no tenemos toda la información. Por eso decía Laplace… Bah, da igual.
En la Lotería, el azar es en realidad todavía peor. Las posibilidades de que toque un número son iguales. Igualísimas. De modo que este vendedor no me iba a engatusar con su burdo truco de décimotocado por la suerte.
El vendedor sonreía mucho. Ahí está, dije. Otro truco. ¿Conoce alguien a un vendedor atrabiliario? Todos sonríen, son amables, cálidos, simpáticos, cercanos. Sobre todo cálidos. Es la temperatura de la fortuna.
“Ni caso”, me decía la conciencia.
Habló de que los números procedían de un sitio de Gran Vía. Un establecimiento que estaba “al lado de Doña Manolita“.
Vaya, qué casualidad. Justo al lado, ¿no? Ni en Alcalá ni el Fuencarral, sino en la misma Gran Vía, a lado de Doña Manolita. Qué casualidad.
El truco del establecimiento situado al lado de Doña Manolita no cuela, no me lo trago. Me río, me troncho más bien, cuando veo en la tele a cientos de personas haciendo cola bajo un frío pelador en Doña Manolita. Piensan que les tocará el premio Gordo porque todos los años siempre toca algo bueno en Dona Manolita.
No se han molestado en hacer unos pequeños juicios lógicos. Toca en Doña Manolita porque allí venden más números que en cualquier otra venta de lotería. Lo mismo pasa con Bruxa d’Or. Toca porque allí se venden muchos, y por la ley de las probabilidades, que es pura matemática, tocará más veces donde se vende más volumen.
El vendedor seguía usando sus trucos de mago para niños. Me olía a que el próximo estaba al llegar, porque en el bar no había mucha gente, pero todos le estábamos escuchando sin querer. Y lo hizo.
Dijo: “Es que hoy es mi cumpleaños”. Jua, jua, exclamé.
El vendedor se volvió hacia mí pero yo estaba dándole la espalda porque no podía contener la risa. O sea, cumpleaños, ¿eh? Cumples años hoy. No ayer, ni anteayer.No mañana ni el mes que viene. ¡Hoy! ¿Es que tu mami no tenía otro día para dar a luz sino hoy? ¿Precisamente hoy?
Perdona chaval, pensé mientras seguía riéndome: no me convences. Conozco tus hábiles trucos: el de cantar el número para que todos sintamos remordimientos de no comprarlo; el de usar la magia del establecimiento de Gran Vía, al lado de Doña Manolita… Y ahora, tu cumple.
¿Qué más? Seguro que tuviste un sueño donde vendías un décimo a un tipo como yo, vestido como yo, y que estaba en un bar tomando un café desleído como yo. ¡A que sí!
Trucos, trucos, trucos. Pensaba que también me iba a sacar el truco del gitano, y decirme anda payooo, que siento que te va tocal el Gordo. Que te lo dice un gitanooo.
Porque los gitanos son como taumaturgos, alquimistas, nigromantes, seres de la suerte o de la mala pata, pero seres mágicos para nosotros.
Pues no. Conmigo no va el truco de los gitanos.
Los vendedores de Lotería saben agitar todos esos rescoldos irracionales y míticos para cazar a los incautos. Los tontos suelen decirse: “Esta oportunidad es única. No ha sido la casualidad sino la fortuna la que ha traído este hombre a este sitio. Además, cuando ha cantado el número, me he sentido atraído por la terminación. Qué bello ese trece. Esto no me había pasado antes. Además, quedan pocos días y si hay algo cierto es que ahora o nunca. Encima, ¡es el cumpleaños del vendedor! No hay que descartar tampoco la magia de “estar al lado de Doña Manolita”.
Desconozco por qué la mente humana está programada para crear misterios alrededor del azar. Tampoco sé si dos mil años de racionalismo han logrado desterrar del todo esas creencias falsas de los humanos, pero desde luego, yo las he desterrado.
Las he desterrado durante toda mi vida. Siempre me reía de los que veían ovnis, de los que tenían experiencias extrasensoriales, de los que adivinaban tragedias, de los que intuían muertes. Me reía de los magos y de las pitonisas, de los cartomantes, quiromantes y de los chinos que leen el I Ching.
Pero aquel jueves, ¡maldita sea!
Eran demasiadas casualidades.
Cuando aquel hombre se alejó del bar, un solo pensamiento me inquietaba: que el 22 de diciembre yo iba hacer el ridículo.
Aquello no tenía nada de particular. Otro vendedor en otro bar que decía tener el Gordo de Navidad. Y aquí empezaban ya sus trucos.
El primero fue gritar el número. Ah, pillo, pensé, el truco de recitar en voz alta el número para que cada parroquiano que está tomando un café de mala muerte se diga en voz baja: “Vaya, a lo mejor es justo el que va a tocar. ¿Seré tan tonto de no comprarlo?”.
Pero una voz interior siempre contradice esa sensación: “Tonterías. Un número como cualquier otro. Típico truco de los vendedores”.
Me di la vuelta para verlo. Era un tipo, no sé, de 50 años. O 40 años cascados. Tenía el acento aguardentoso de los que han pasado mucho frío, o han pasado por chirona. “Hay que ignorarlo”, me dije.
Lo camareros dudaban si comprar un número terminado el 13 (el que yo había escuchado), o uno acabado en… no me acuerdo bien. Da igual. Era una terminación. Las estadísticas dicen que la terminación que más toca es el 5. A mí no se me borraba el 13. Pero sabía que era un truco enamorarse de esa terminación por el simple eco.
Mientras sorbía el hervido de semilla molturada de café (también llamado “solo”), el vendedor no paraba de rasgar décimos y recibir dinero. Faltaba menos de una semana para el sorteo del Gordo y eso ya le daba ventaja pues se había acelerado el deseo de los mortales de ser millonarios. “Este pobre hombre está sacando provecho del factor ’se me acaban los décimos’. Otro truco”, pensé.
Cualquier actuario de seguros sabe que los hechos cotidianos son fruto de causas predecibles o impredecibles, pero siempre muestran una contundencia en la regularidad en que se presentan. Podemos preverlos si tenemos la información, pero la mayor parte de las veces lo achacamos al azar porque no tenemos toda la información. Por eso decía Laplace… Bah, da igual.
En la Lotería, el azar es en realidad todavía peor. Las posibilidades de que toque un número son iguales. Igualísimas. De modo que este vendedor no me iba a engatusar con su burdo truco de décimotocado por la suerte.
El vendedor sonreía mucho. Ahí está, dije. Otro truco. ¿Conoce alguien a un vendedor atrabiliario? Todos sonríen, son amables, cálidos, simpáticos, cercanos. Sobre todo cálidos. Es la temperatura de la fortuna.
“Ni caso”, me decía la conciencia.
Habló de que los números procedían de un sitio de Gran Vía. Un establecimiento que estaba “al lado de Doña Manolita“.
Vaya, qué casualidad. Justo al lado, ¿no? Ni en Alcalá ni el Fuencarral, sino en la misma Gran Vía, a lado de Doña Manolita. Qué casualidad.
El truco del establecimiento situado al lado de Doña Manolita no cuela, no me lo trago. Me río, me troncho más bien, cuando veo en la tele a cientos de personas haciendo cola bajo un frío pelador en Doña Manolita. Piensan que les tocará el premio Gordo porque todos los años siempre toca algo bueno en Dona Manolita.
No se han molestado en hacer unos pequeños juicios lógicos. Toca en Doña Manolita porque allí venden más números que en cualquier otra venta de lotería. Lo mismo pasa con Bruxa d’Or. Toca porque allí se venden muchos, y por la ley de las probabilidades, que es pura matemática, tocará más veces donde se vende más volumen.
El vendedor seguía usando sus trucos de mago para niños. Me olía a que el próximo estaba al llegar, porque en el bar no había mucha gente, pero todos le estábamos escuchando sin querer. Y lo hizo.
Dijo: “Es que hoy es mi cumpleaños”. Jua, jua, exclamé.
El vendedor se volvió hacia mí pero yo estaba dándole la espalda porque no podía contener la risa. O sea, cumpleaños, ¿eh? Cumples años hoy. No ayer, ni anteayer.No mañana ni el mes que viene. ¡Hoy! ¿Es que tu mami no tenía otro día para dar a luz sino hoy? ¿Precisamente hoy?
Perdona chaval, pensé mientras seguía riéndome: no me convences. Conozco tus hábiles trucos: el de cantar el número para que todos sintamos remordimientos de no comprarlo; el de usar la magia del establecimiento de Gran Vía, al lado de Doña Manolita… Y ahora, tu cumple.
¿Qué más? Seguro que tuviste un sueño donde vendías un décimo a un tipo como yo, vestido como yo, y que estaba en un bar tomando un café desleído como yo. ¡A que sí!
Trucos, trucos, trucos. Pensaba que también me iba a sacar el truco del gitano, y decirme anda payooo, que siento que te va tocal el Gordo. Que te lo dice un gitanooo.
Porque los gitanos son como taumaturgos, alquimistas, nigromantes, seres de la suerte o de la mala pata, pero seres mágicos para nosotros.
Pues no. Conmigo no va el truco de los gitanos.
Los vendedores de Lotería saben agitar todos esos rescoldos irracionales y míticos para cazar a los incautos. Los tontos suelen decirse: “Esta oportunidad es única. No ha sido la casualidad sino la fortuna la que ha traído este hombre a este sitio. Además, cuando ha cantado el número, me he sentido atraído por la terminación. Qué bello ese trece. Esto no me había pasado antes. Además, quedan pocos días y si hay algo cierto es que ahora o nunca. Encima, ¡es el cumpleaños del vendedor! No hay que descartar tampoco la magia de “estar al lado de Doña Manolita”.
Desconozco por qué la mente humana está programada para crear misterios alrededor del azar. Tampoco sé si dos mil años de racionalismo han logrado desterrar del todo esas creencias falsas de los humanos, pero desde luego, yo las he desterrado.
Las he desterrado durante toda mi vida. Siempre me reía de los que veían ovnis, de los que tenían experiencias extrasensoriales, de los que adivinaban tragedias, de los que intuían muertes. Me reía de los magos y de las pitonisas, de los cartomantes, quiromantes y de los chinos que leen el I Ching.
Pero aquel jueves, ¡maldita sea!
Eran demasiadas casualidades.
Cuando aquel hombre se alejó del bar, un solo pensamiento me inquietaba: que el 22 de diciembre yo iba hacer el ridículo.