Con la incipiente, o ya no tan incipiente, piratería literaria, se suele comentar que mientras un autor musical puede sortear con mayor o menor éxito la piratería dando conciertos, los escritores lo tienen más complicado ya que no suelen dar recitales. Al menos, no en la actualidad. Pero veamos lo que hacía Dickens allá por el siglo XIX.
Charles Dickens, el genial escritor británico, maestro de la novela por entregas y el folletín, se hizo millonario partiendo de una pobre cuna. Oliver Twist (1837), Canción de Navidad (1843), Cuento de Navidad (1846) o David Coperfield (1849) fueron buenos éxitos de ventas, si bien el tema de los derechos de autor era aún un poco difuso. En 1842 realizó su primer viaje por Estados Unidos, ya como rutilante estrella.
Cuando llegó al puerto de Nueva York, miles de personas le estaban esperando. Recibía miles de peticiones y sugerencias con respecto a sus obras y era perseguido por las calles, firmando autógrafos a diestro y siniestro. Resumiendo, era toda una celebridad literaria. Y durante el viaje, una de las principales actividades del mismo era llenar un teatro, cobrando, por supuesto, y hacer una lectura pública de su obra, de una selección de la misma, se entiende. Se formaba colas para comprar las entradas y la gente acudía devota a escuchar las historias narradas e interpretadas por el mismo hombre que las había creado con su pluma.
Charles Dickens, el genial escritor británico, maestro de la novela por entregas y el folletín, se hizo millonario partiendo de una pobre cuna. Oliver Twist (1837), Canción de Navidad (1843), Cuento de Navidad (1846) o David Coperfield (1849) fueron buenos éxitos de ventas, si bien el tema de los derechos de autor era aún un poco difuso. En 1842 realizó su primer viaje por Estados Unidos, ya como rutilante estrella.
Cuando llegó al puerto de Nueva York, miles de personas le estaban esperando. Recibía miles de peticiones y sugerencias con respecto a sus obras y era perseguido por las calles, firmando autógrafos a diestro y siniestro. Resumiendo, era toda una celebridad literaria. Y durante el viaje, una de las principales actividades del mismo era llenar un teatro, cobrando, por supuesto, y hacer una lectura pública de su obra, de una selección de la misma, se entiende. Se formaba colas para comprar las entradas y la gente acudía devota a escuchar las historias narradas e interpretadas por el mismo hombre que las había creado con su pluma.
Dicho todo esto, es bueno aclarar que si bien hoy los escritores no hacen lecturas públicas, habitualmente, y quizás habría que excluir a algunos poetas de la afirmación, sí suelen participar en charlas y conferencias hablando sobre aquello en lo que son expertos o sobre lo que tratan sus libros. Quizás dentro de un tiempo, los autores de novela (los conferenciantes suelen ser ensayistas) llenen un teatro para narrar las historias. Dios dirá.