Hace unos días la televisión emitió unas impactantes imágenes en las que podía verse como un destructivo tornado arrasaba una pequeña ciudad norteamericano, arrasando el ochenta por ciento de sus casas y dejando un saldo de más de cientos muertos.
Las imágenes resultaban ciertamente estremecedoras puesto que se distinguía con absoluta claridad como aquella especie de ogro gigantesco lanzaba al aire una vivienda con todos sus habitantes dentro con la misma facilidad con que un muchacho le hubiera dado una patada a una lata y luego se iba aproximando lentamente rodeado de un cinturón de seres humanos, animales y automóviles que volaban como si fueran hojas secas.
Tras su paso todo ha sido sufrimiento, ruina, desolación y muerte porque en aquella inmensa región los tornados constituyen un fenómeno natural impredecible e incontrolable ya que al ser como un mar de hierba resulta inevitable que el recalentamiento de la tierra los genere a semejanza de cómo se generan los huracanes en el océano y no existe fuerza humana capaz de detenerlos.
El propio presidente Obama a acudido a dar el paso a las victimas asegurando que se daría “una respuesta nacional a los tornados”. Tal vez los declare ilegales…
¿Pero por qué razón causan tanto daño esos tornados?
Quizás porque golpean de improviso, quizás porque no somos nada frente a las fuerzas de la naturaleza, quizás porque esa es la voluntad divina, quizás porque no contamos con medios para combatirlos, o quizás porque somos estúpidos.
Al observar con atención las fotos del desastre se llega a la conclusión que la respuesta correcta es ésta última, ya que lo único que queda en pié de las casas son las chimeneas debido a que están las únicas partes de la vivienda que están construidas con cemento y piedras y se asientan sobre profundos cimientos.
El noventa por ciento de las casas del Medio Oeste americano han sido levantada a base de un cuadrado armazón de vigas de madera apenas encajado en un suelo inestable y las paredes ni siquiera están hechas como antaño de auténticos tablones de cedro o pino, sino de un frágil contrachapado con techos igualmente de madera ligera, lo cual permite que un tornado las desintegre o una riada se las lleve flotando como si se tratara de inestables y caprichosas barquichuelas.
Observamos continuamente casas volando, ardiendo o navegando río abajo pero una y otra vez se comete el mismo error de levantarlas de idéntica madera, costumbre estúpida y obsoleta, heredada de unos tiempos en los que no se podía hacer otra cosa.
Los colonos que se dirigían al “Lejano Oeste” iban avanzando a la conquista de nuevos territorios y se encontraban con el hecho de que lo más cómodo y práctico, casi lo único que tenían a mano para alzar sus viviendas, eran árboles, dado que la tierra no les servía como material de construcción.
Las grandes praderas norteamericanas están constituidas en su inmensa mayoría por terrenos de aluvión, espesas capas de limo arrastrado por los incontables afluentes de los caudalosos ríos Missisippi y Missouri por lo que apenas existe arcilla en superficie y la tierra de las primeras capas en cuanto se secan se convierten casi en polvo.
Al resultar tan fina y arenosa si se intenta fabricar bloques de barro como suele hacerse en casi todos los lugares del mundo, en cuanto se secan se deshacen y queda solo la paja.
Frente a tan irresoluble problema lo normal era alzar una cabaña de madera en cuyo interior lo único que se guardaba eran jergones, estanterías, mesas, bancos y poco más, nada que no pudiese sustituirse en pocos días en caso de tornado, inundación, incendio, ataque de los indios o simplemente, deseos de continuar hacia el oeste.
Y ese un mal hábito del cual aún se están pagando las consecuencias.
En estos momentos, cuando construyen gigantescos portaviones y envían naves al espacio se da la incongruente circunstancia de que, contra toda lógica, “el contenido” de la mayor parte de las viviendas de casi la mitad de los Estados Unidos vale más que “el continente”.
Antiguamente dentro de las cabañas no se guardaba más que unos cuantos muebles y alguna ropa mientras que ahora esas casas aparecen repletas de televisores, ordenadores, neveras, joyas, relojes, cuadros, dinero y objetos de gran valor, todo ello protegido por un frágil armazón y unas delgadas tablas que el viento, el agua, o el fuego, destruyen en un santiamén.
Los indios americanos vivían en tiendas de piel de búfalo como el primer cerdito del cuento y los colonos en cabañas de madera como el segundo cerdito, pero los modernos norteamericanos siguen sin aprender la lección de que sus casas con derribadas con demasiada facilidad con el agravante de que antaño la buena madera abundaba mientras que ahora se ven obligados a importar un contrachapado que se agujerea de una patada.
Han arrasado sus bosques deteriorando de una forma irrecuperable el medio ambiente provocando la erosión del terreno con lo que cientos de especies de plantas y animales han perdido su hábitat, todo ello sin contar la cantidad de CO2 que los árboles han dejado de absorber debido a la dichosa manía de no decidirse a levantar casas de ladrillos u hormigón armado que no se lleve el viento, protejan sus bienes y no derrochen tanta energía en calefacción o refrigeración.
“Lo que el viento se llevo” no es tan solo el titulo de una de las mejores películas de la historia del cine; es también, en cierto modo, el epitafio que rezara sobre la tumba de un país que lo tiene todo para seguir siendo una potencia mundial, pero que se va desinflando y endeudando debido a la avaricia de unos pocos y la desidia de unos muchos.
Hace medio siglo envidiábamos la capacidad productiva americana y en mi juventud soñábamos con un coche, una nevera o una simple tostadora fabricadas en los EEUU, pero ahora los coches vienen de Japón, las neveras de Corea y las tostadoras de China, al tiempo que la tercera parte de la industria de los Estados Unidos depende de la construcción de buques de guerra, aviones de combate, cañones, misiles, municiones y todo tipo de armamento, lo cual significa que uno de cada tres de sus obreros vive de que alguien mate a alguien.
A lo largo de la historia la humanidad ha ido avanzando a base de navegar cobre un río de su propia sangre y para que ese rio discurra con suficiente cauce alguien tiene que fabricar las armas con las que se derrame esa sangre, pero que el país que se considera líder del planeta tan solo sea líder en ese terreno da mucho que pensar sobre un futuro que depende de las ansias de riqueza de unos pocos.
Es siempre esa avaricia desmedida la que nos lleva a las crisis económicas porque deberíamos darnos cuenta de que todo en la vida tiene una razón de ser y la mayoría de las veces esa razón viene dada porque los seres humanos no respetan su mundo.
La culpa del crack del veintinueve la tuvo una brutal matanza de bisontes porque cuando los europeos llegaron a Estados Unidos, el “Medio Oeste”, el inmenso territorio que se extiende desde el río Missisipi hasta las Montañas Rocosas, y desde los grandes lagos hasta la costa el Caribe, estaba conformado por una llanura inmensa donde la mayor altura no superaba los cincuenta metros sobre el nivel del mar.
Todo aparecía cubierto por un mar de hierba, donde habitaban los bisontes, de los que se alimentaban los indígenas.
El bisonte tan solo muerde de la parte fresca y superior de la hierba por lo que actúa como si se tratara de una segadora y como las gigantescas manadas siempre marchaban hacia delante las praderas se mantenían como un hermoso jardín muy bien segado.
Pero un buen día un estúpido general racista concibió la “brillante idea” de que la mejor forma de acabar con los “salvajes” era arrebatándoles su principal fuente de alimentos, por lo que en poco más de treinta años se masacraron casi cien millones de bisontes de los cuales únicamente se aprovechó la lengua con lo que se desperdiciaron millones de toneladas de excelente carne.
A continuación llegaron miles de labradores que comenzaron a trazar largos surcos con sus arados sin darse cuenta de que la tierra era muy fina, casi como polvo, y tan sólo las raíces de la hierba la mantenían pegada al suelo evitando la erosión.
Se volteó exponiéndola al aire, y en cuanto a principio de los años veinte del siglo pasado sopló demasiado viento se formó “El gran cuenco de polvo”, que giró y giró ocultando el sol durante años. Sobrevino una terrible sequía, los granjeros pidieron créditos a los bancos agrícolas para salvar sus cosechas confiando en que la situación mejorara pero no mejoró y llegó un momento en que la mayor parte de los agricultores tuvieron que emigrar a California, tal como tan perfectamente refleja John Steinbeck en su novela “La uvas de la ira”
Al no poder pagar los campesinos sus créditos a los bancos agrícolas estos se quedaron con millones de hectáreas que de nada les servían, acabaron quebrando y como a su vez habían pedido créditos a los bancos comerciales los arrastraron en su caída.
Todos aquellos que solían guardar su dinero en los bancos vieron como desaparecían sus ahorros y se dedicaron a invertir en bolsa por lo que esa bolsa empezó a hincharse como una inmensa burbuja.
En octubre del año veintinueve, un judío inglés que poseía una inmensa cantidad de acciones se percató de la catástrofe que se avecinaba y decidió vender, con lo que bastó con que “un solo hombre” quitara una carta para que todo el castillo de naipes se viniera abajo y el crack supusiera una crisis total para Estados Unidos.
En España sucedió lo mismo con el mercado inmobiliario, y pese a que hace seis años publiqué un artículo señalando que dado que el gobierno no lo hacía eran los bancos los que debían evitar que la especulación continuara nadie escucho escudándose en la absurda teoría de que deben ser los gobiernos los que solucionen ese tipo de problemas.
Los gobiernos no suelen ser la solución, son el problema y cambian continuamente. No obstante, los bancos, que por desgracia permanecen pese a todas las crisis y nos consta que carecen de ideología, no se preocupan de disponer del personal idóneo a la hora de estudiar el pasado, analizar las tendencias, entender que la historia se repite con excesiva frecuencia y tomar medidas correctoras antes de que sobrevenga una nueva catástrofe.
Ahora se encuentran con que son dueños de millones de casas, como antaño los bancos americanos fueron dueños de millones de hectáreas porque los bisontes fueron a la crisis del 29 lo que el cemento está sido a la actual.
La avaricia y la falta de respeto a nuestro entorno nos conducen a la ruina porque la diferencia entre una vaca y una cabra está en que la cabra arranca la raíz, mientras que la vaca trisca la hierba y respeta la raíz.
Las cabras, al igual que los seres humanos, acaban viviendo en lugares inhóspitos porque los vuelven inhóspitos.
TORNADOS Y BISONTES
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