Alguien estrella la botella de champán contra la proa del enorme barco.
En éstas, un niño cae al agua.
Es evidente que no sabe nadar.
Se está ahogando.
Todos están enmudecidos por el estupor. Nadie hace nada. La altura desde el agua es muy elevada y existe riesgo para quien quiera rescatar al niño. De pronto, provocando la admiración y la emoción más intensa, un hombre salta al agua, Está vestido y nada con dificultad. Se acerca hacia el niño del que solamente se ve ya la coronilla. Lo agarra firmemente, nada con él a la espalda y se aleja en dirección a la playa. Se ve a lo lejos cómo el héroe pone al niño boca abajo y le hace expulsar el agua que inunda sus pulmones.
Algunos curiosos corren hacia ellos. Pronto regresa el valiente nadador con el niño en los brazos. Le rodean, llenos de asombro, los espectadores que han corrido hacia la playa. El aplauso es atronador. Los gritos de admiración y los “bravo”: aclaman al salvador del pequeño.
Todos le miran asombrados, llenos de gratitud. Alguien le ofrece generosamente su chaqueta.
Las autoridades, allí mismo, deciden hacerle un homenaje y concederle una distinción.
Los padres del niño, que han llegado asustados, avisados por algún amigo, le abrazan dándole las gracias por su acto heroico.
- Gracias, gracias por salvar la vida a mi hijo, con riesgo de la suya. Le estaremos eternamente agradecidos.
Cuando se reanuda la ceremonia, el improvisado héroe, le dice entre dientes a quien tiene al lado:
- Y, ahora, lo que yo quiero saber, es quién ha sido el desgraciado que me ha empujado y me ha tirado al agua.