Muchas son mujeres solteras o que han sido repudiadas
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Apoyada en un quitamiedos, a pocos metros de donde Melilla se convierte en Marruecos, su figura es la estampa misma del agotamiento y la derrota. La mujer se enjuga el sudor con una esquina de su pañuelo y se endereza, todo lo que le permite el paquete enorme, inmenso, que lleva atado con cuerdas a la espalda. Luego, con el tronco encorvado, emprende penosamente la marcha: un pasito, diminuto, luego otro, hasta llegar a la jaula: el nombre que le dan las porteadoras marroquíes a los torniquetes que dan acceso a este paso fronterizo de Melilla.
El infierno existe, y en Melilla habita en la frontera del Barrio Chino. Todas las mañanas, de lunes a viernes, hordas de marroquíes menesterosos mujeres, pero también ancianos, gente sin una pierna, hemipléjicos o ciegos cruzan hacia Melilla para ejercer de bestias de carga a beneficio de los comerciantes de uno y otro lado de la frontera. Desde las seis de la mañana, centenares de mujeres se dirigen a naves comerciales que distan a veces dos kilómetros para asegurarse de cargar uno de los paquetes de contrabando que, no se sabe cómo, consiguen transportar a Marruecos.
Entre 5.000 y 8.000 porteadores pasan por la frontera
Los hombres jóvenes y sanos lo tienen más fácil. Poco antes de las nueve, cuando se abre el lado español de la frontera, camiones blancos empiezan a llegar a una explanada situada a unos 200 metros del paso fronterizo. Antes de que las furgonetas se detengan, los porteadores se lanzan sobre ellas, abren las puertas y se encaraman al vehículo para coger un bulto. Es la ley del más fuerte, y las mujeres casi nunca consiguen cargar a pie de frontera: por eso tienen que caminar hasta las lejanas naves.
Por cada paquete inmenso -algunos pesan hasta 100 kilos y las porteadoras los llevan rodando hasta la frontera- estas mujeres perciben el equivalente de entre dos y seis euros. El bulto se paga según su peso, pero a este dinero hay que descontar la rasca, la versión local de la mordida que cobra la policía marroquí.
El espectáculo sobrecoge, y eso que, según el capitán José Rafael Martínez, el guardia civil al mando, este "es un día tranquilo". En los días que no lo son tanto, entre 5.000 y 8.000 porteadores pasan por esta frontera tan lucrativa. En 2006, según la Delegación del Gobierno en Melilla, el valor del contrabando que salió de la ciudad alcanzó los 440 millones de euros. Los datos que maneja la prensa marroquí elevan a 1.400 millones el valor de lo que en Melilla se describe con el eufemismo de "comercio atípico".
En 2009, una de estas mujeres murió aplastada por sus compañeras
Equipaje de mano
El paso de Barrio Chino está habilitado para el transporte de mercancías "a pie". Una fórmula oficial que hace de los bultos que llevan los porteadores una especie de equipaje de mano: por eso sólo pueden llevar uno. La imagen resulta ridícula al contemplar los paquetes enormes de todo tipo de objetos, desde ropa vieja, a neumáticos usados, pasando por papel higiénico, que pasan a Marruecos en la espalda de estos seres humanos.
Las aglomeraciones, los empujones que los guardias civiles penan para contener y las prisas por atravesar la frontera cuanto antes y así poder volver a cargar de nuevo, ponen cada día en peligro la vida de estas personas. Bien lo sabe la familia de Safia Azizi, la porteadora de 41 años que murió aplastada por sus compañeras en el Barrio Chino el año pasado.
Safia no era una inculta, pero su licenciatura en literatura árabe no le daba de comer y terminó haciendo de acémila humana en el Barrio Chino. La porteadora que murió en la avalancha era una excepción: la mayoría de sus compañeras pagan con este trabajo envilecedor el estigma de ser una mujer analfabeta, sola y pobre en Marruecos: muchas han sido repudiadas; otras son solteras. Como Habiba, una anciana tuerta que no parece capaz ni de soportar el liviano peso de sus huesos: "No tengo marido, ni hijos, y tengo que comer". El día que no carga los pequeños bultos que aún puede acarrear, no come.
Muchas son mujeres solteras o que han sido repudiadas
Otras de estas mujeres si tienen familia: hijos cuyo sustento aseguran solas. Como la porteadora que levanta tres dedos cuando se le pregunta por sus vástagos. Casi todas vuelven la cara cuando ven la cámara. "Recuerda que este es un trabajo humillante", dice el capitán Martínez.
Las instalaciones de la frontera no ayudan. El paso es angosto y los dos baños, que se supone que pueden usar estos trabajadores parecen estar fuera de uso: las puertas están atadas con una cuerda.
Varias asociaciones locales llevan años pidiendo a las autoridades que, al menos, instalen una fuente para que las porteadoras puedan beber. "En vano", deplora José Palazón, de la ONG Prodein.
La fuente no serviría de nada ahora. Es ramadán y estas mujeres ni siquiera pueden beber. Sin saciar su sed y cargadas como mulas, es inevitable pensar al mirarlas en que la miseria sigue llevando aparejada la esclavitud.