Ciertamente pueden parecer un poco embrolladas las normas de acentuación de la lengua castellana. Hay quienes nunca llegan a aplicarlas correctamente porque nunca llegaron a memorizarlas correctamente.
Y ahí radica precisamente su problema: en la memorización. Es mucho más fácil el aprendizaje cuando se comprende el porqué, cuando se ve la lógica del asunto.
El idioma castellano tiende a la simplificación, al mínimo esfuerzo para un máximo rendimiento, a una perfecta concordancia entre sonido y grafía. Y en esta filosofía encaja el sistema de acentuación, que tiene una función utilísima: saber cómo se pronuncia exactamente una palabra que leemos por vez primera y saber cómo se escribe un término que acabamos de escuchar también por primera vez. Y así poder otorgarle un significado preciso.
El método académico tradicional para la explicación de las normas parece demasiado engorroso. Obliga a clasificar las palabras en demasiados grupos (agudas acabadas en vocal, n o s; agudas no acabadas en vocal, n o s; llanas acabadas en vocal…) al que añadir acentos diacríticos y diptongos.
Todo junto demasiado lío. Si se aprende bien, perfecto, pero si no se aprende bien…
¿No sería mucho mejor solamente dos normas y un poco de comprensión? Pues claro que sí.
Veamos. Las combinaciones de letras y sonidos en una lengua no son tantas como parece. Por ejemplo, son pocas las letras facultadas para situarse al final de una palabra: las cinco vocales y las consonantes n, s, r, l, d y z. Y entre estas consonantes gozan de mayor profusión la s, por los plurales, y la n, por las terminaciones verbales. (Algunas palabras terminan en otras letras, pero son escasísimas y generalmente se trata de extranjerismos).
Por otro lado, el idioma castellano es llano. La mayoría de palabras tienen su sílaba tónica en la penúltima sílaba.
Así pues, un grandioso porcentaje de términos castellanos son palabras llanas terminadas en vocal, n o s.
¿Y cuáles son las sencillas reglas de acentuación ortográfica?
A efectos de acentuación las palabras se concentran en dos grandes grupos exclusivamente:
1- Las que acaban en vocal, n o s, y que tienden a ser llanas.
2- Las que acaban en cualquier otra letra, y cuya tendencia natural es a ser agudas.
Una vez establecidos estos dos grupos, acentuaremos gráficamente las palabras que violen estas tendencias naturales. Consideraremos a la tilde como una especie de multa que paga la palabra por contravenir la costumbre de su grupo.
Y ya está: dos grupos y un signo de penalización. Eso es todo. Quien comprenda esto dejará de cometer faltas de ortografía.
En cuanto a las esdrújulas, sobresdrújulas, diptongos y acentos diacríticos:
Las esdrújulas castellanas acaban todas en vocal, n o s, así que entran en el primer grupo. Y las esdrújulas del latín u otra lengua utilizadas en castellano (como déficit, áccesit…), entrarían en el segundo grupo. En ambos casos precisarían tilde.
La tendencia natural de los diptongos es formar una sola sílaba, pues la tendencia del castellano es unir las vocales que van juntas. Si se pronuncian como dos deben llevar tilde para pagar penalización por salirse de la norma general.
Los acentos diacríticos no plantean ningún problema. Un poco de oído es suficiente.
Por ejemplo (y no colocaremos la tilde necesaria):
Si lo se no vengo. Yo si se lo doy.
Aunque no hay acentos, seguro que se ha pronunciado con un golpe de voz más fuerte el segundo sí, afirmativo, que el primer si, condicional. Y también más fuerte el primer sé (forma verbal) que el segundo se (reflexivo). Y así con todos.
¿No resultan así más fáciles las normas de acentuación? ¿No son en realidad muy simples?
Nota: Los criterios para escoger los grupos se basan en la simplificación y la economía, como se apuntó anteriormente. Tomando como base el DRAE de 1992, las terminaciones en vocal suman 64.920 palabras sobre un total de 91.968 entradas, y si se les añaden las acabadas en n o s (sin añadir plurales ni terminaciones verbales) la cifra asciende a 72.504. Alrededor del 81% de palabras no necesitan tilde.
Y ahí radica precisamente su problema: en la memorización. Es mucho más fácil el aprendizaje cuando se comprende el porqué, cuando se ve la lógica del asunto.
El idioma castellano tiende a la simplificación, al mínimo esfuerzo para un máximo rendimiento, a una perfecta concordancia entre sonido y grafía. Y en esta filosofía encaja el sistema de acentuación, que tiene una función utilísima: saber cómo se pronuncia exactamente una palabra que leemos por vez primera y saber cómo se escribe un término que acabamos de escuchar también por primera vez. Y así poder otorgarle un significado preciso.
El método académico tradicional para la explicación de las normas parece demasiado engorroso. Obliga a clasificar las palabras en demasiados grupos (agudas acabadas en vocal, n o s; agudas no acabadas en vocal, n o s; llanas acabadas en vocal…) al que añadir acentos diacríticos y diptongos.
Todo junto demasiado lío. Si se aprende bien, perfecto, pero si no se aprende bien…
¿No sería mucho mejor solamente dos normas y un poco de comprensión? Pues claro que sí.
Veamos. Las combinaciones de letras y sonidos en una lengua no son tantas como parece. Por ejemplo, son pocas las letras facultadas para situarse al final de una palabra: las cinco vocales y las consonantes n, s, r, l, d y z. Y entre estas consonantes gozan de mayor profusión la s, por los plurales, y la n, por las terminaciones verbales. (Algunas palabras terminan en otras letras, pero son escasísimas y generalmente se trata de extranjerismos).
Por otro lado, el idioma castellano es llano. La mayoría de palabras tienen su sílaba tónica en la penúltima sílaba.
Así pues, un grandioso porcentaje de términos castellanos son palabras llanas terminadas en vocal, n o s.
¿Y cuáles son las sencillas reglas de acentuación ortográfica?
A efectos de acentuación las palabras se concentran en dos grandes grupos exclusivamente:
1- Las que acaban en vocal, n o s, y que tienden a ser llanas.
2- Las que acaban en cualquier otra letra, y cuya tendencia natural es a ser agudas.
Una vez establecidos estos dos grupos, acentuaremos gráficamente las palabras que violen estas tendencias naturales. Consideraremos a la tilde como una especie de multa que paga la palabra por contravenir la costumbre de su grupo.
Y ya está: dos grupos y un signo de penalización. Eso es todo. Quien comprenda esto dejará de cometer faltas de ortografía.
En cuanto a las esdrújulas, sobresdrújulas, diptongos y acentos diacríticos:
Las esdrújulas castellanas acaban todas en vocal, n o s, así que entran en el primer grupo. Y las esdrújulas del latín u otra lengua utilizadas en castellano (como déficit, áccesit…), entrarían en el segundo grupo. En ambos casos precisarían tilde.
La tendencia natural de los diptongos es formar una sola sílaba, pues la tendencia del castellano es unir las vocales que van juntas. Si se pronuncian como dos deben llevar tilde para pagar penalización por salirse de la norma general.
Los acentos diacríticos no plantean ningún problema. Un poco de oído es suficiente.
Por ejemplo (y no colocaremos la tilde necesaria):
Si lo se no vengo. Yo si se lo doy.
Aunque no hay acentos, seguro que se ha pronunciado con un golpe de voz más fuerte el segundo sí, afirmativo, que el primer si, condicional. Y también más fuerte el primer sé (forma verbal) que el segundo se (reflexivo). Y así con todos.
¿No resultan así más fáciles las normas de acentuación? ¿No son en realidad muy simples?