Si uno va a una bodega puede encontrar muchas bebidas cuyo envase ha sido reutilizado para rellenarlo. Sin embargo, si hay una bebida en cuya etiqueta no se admite eso de “envase retornable”, ésa es el vino. No debería ser tan difícil, después de todo, ya que las botellas de recarga han tenido un éxito gigantesco con otras bebidas.
Por ejemplo, las botellas de cerveza canadiense tiene una tasa de retorno del 97% y se rellena 15-20 veces cada una en su vida. Y hay sitios, como la Isla del Príncipe Eduardo, que por su situación geográfica venden todas sus bebidas gaseosas en envases rellenables desde 1984. Sin embargo, el vino parece vivir en otro nivel de elegancia que impide la reutilización de los envases.
Recoger el vidrio, destruirlo, fundirlo y volverlo a pasar por los moldes para que se convierta en la misma botella que era tiene un coste energético tremendo, que no sólo viene implícito en el precio del caldo, sino en la huella de carbono que deja.
Para hacernos una idea, recargar una botella de vino 10 veces tiene el mismo gasto energético que una quinta parte de lo que se necesita para producir una botella nueva. En San Francisco, la ciudad más verde y más vinícola, los restaurantes se han dado cuenta del asunto y están comenzando a servir vino de barril con grifo, eliminando por completo la botella.
Afirman los restauradores que el futuro del vino pasa por este método de dispensación, que ya todos conocemos con la sangría, pero que se entendía como sacrilegio hacerlo con su elemento matriz. Nada más lejos de la realidad.
Gracias al sistema de vino a granel, los hosteleros están ahorrando hasta un 25% del presupuesto en vinos, pudiendo bajar el precio de las copas al público. Y sin contar la tranquilidad existencial que da saber que se ayuda al planeta también con cero etiquetas, cero corchos y cero residuos.
“Si usted se dirige de madrugada a los callejones detrás de cada restaurante, verá enormes cubos de reciclaje llenos de botellas de vino vacías. Algunos eran vinos que se servían en la mesa, pero una gran mayoría de los clientes ni siquiera se dio cuenta de la botella. El camarero se va detrás de la barra y lo vierte en vasos. La botella es una pérdida, una pérdida total y absoluta“, afirma un hostelero con el sistema de grifo ya implantado.
En su caso, el camarero también se va detrás de la barra, pero para llenar bonitas botellas de cristal de la casa para servir el vino con elegancia. Estas botellas estás sutilmente marcadas a intervalos de dos onzas, para que el cliente sólo pague por lo que bebe.
El sistema cuenta con varios grifos que permite dispensar hasta 8 caldos distintos y funciona exactamente igual que un barril de cerveza, pero con una pequeña diferencia.
El vino es almacenado en barriles de plástico, con una capacidad aproximadamente de 26 botellas de vino y, en lugar del sistema de alta presión de dióxido de carbono utilizado para hacer gaseosas la cerveza, un sistema de baja presión de gas inerte (nitrógeno o argón) es el encargado de empujar el vino, que no altera su composición. Debido a que el vino nunca se expone al oxígeno, se mantiene fresco por tiempo indefinido.
Los someliers también han visto el futuro en este sistema, ya que pueden hacer maridajes con cantidades al gusto de varios caldos y así hacer una botella personalizada para cada persona y cada plato.
Los restaurantes que han incorporado la instalación en San Francisco ya son más de una docena y el éxito entre los comensales es tremendo, sobre todo entre europeos como italianos o franceses, históricamente más acostumbrados, como los españoles, a ir con la botella de plástico a rellenarla de vino (a granel) del barril gigante de lasBodegas Carrasco.
y2a -Fuente: San Francisco Chronicle