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El andamiaje de la Capilla Sixtina



Para realizar el trabajo de la Capilla Sixtina, uno de los primeros problemas que hubo que resolver fue el tema del andamiaje. Montar un andamio que permitiera a la vez pintar en las alturas y, en la medida de lo posible, no inhabilitara el recinto para su uso.

Bramante, el arquitecto del Papa, propuso un sistema colgante, suspendido de cuerdas que se sujetaban a agujeros abiertos en el techo del edificio. Miguel Ángel Buonarroti convenció al Papa de aquello no era buena idea y de que abrir los boquetes en el techo arruinaría tanto la bóveda como el diseño. Entonces Bramante planteó una segunda opción: un andamiaje apoyado en el suelo y de diseño peculiar. Se montó el mismo y el primer día de trabajo se vino abajo.

Miguel Ángel, que conocía la arquitectura de la antigua Roma, diseñó un andamio basado en el modo de construir puentes de los romanos, de tal forma que el peso presionaba los extremos del “puente”. Así, gracias a unos pocos agujeros en las paredes, que recogía la presión ejercida por la estructura, se construyó un andamio que no se apoyaba en el suelo, dejándolo libre. El ingenio fue todo un éxito.

Años después de la muerte de Miguel Ángel, quisieron “retocar” su obra para adaptarlas a las preferencias del papado del momento pero nadie fue capaz de replicar el sistema de andamios y, como no podían permitirse el lujo de montar uno como se hacía habitualmente e inutilizar la capilla, los frescos permanecieron intactos.