En 1870 París estaba sitiado por el ejército prusiano y la situación era complicada después de cinco meses en los que las comunicaciones de la ciudad con el exterior estaban cortadas. Bueno, en realidad no del todo, quedaba un camino: el aire.
Dos de las estaciones de tren, inútiles en aquellos momentos, fueron transformadas en improvisadas fábricas de globos aerostáticos. El empeño no fue ligero ya que durante el sitio 64 globos fueron construidos allí. Dos de ellos acabaron en el mar después de su vuelo y seis acabaron en manos prusianas, pero el resto, los otros 58, cumplieron su cometido.
Y su cometido no era otro que llevar toneladas de correo más allá de los límites de la ciudad y del ejército prusiano. El problema era que este sistema de comunicación era unidireccional ya que no había forma de recibir correo de vuelta. Era imposible, o muy complicado, dirigir el globo y por lo tanto no había forma de usarlos como método de respuesta. Para ello se utilizaron las palomas mensajeras, un método muy común y usado desde la antigüedad para salvar los asedios.
Lo globos que salían de París llevaban, además del correo, palomas mensajeras que servían para enviar mensajes de vuelta a la ciudad. El método de retorno, las palomas, eran menos eficaces que los globos y sólo volvía 1 de cada 8 a París. Para "comprender" a las palomas, hay que tener en cuenta que los globos acababan en ocasiones muy lejos de París. Uno de ellos voló 1.400 kilómetros hasta un bosque noruego. En cualquier caso, más de un millón de mensajes llegaron a la ciudad francesa gracias a los pájaros.
Por cierto, la foto de arriba la saqué hoy justo hace tres años. Hacía mucho frío, recuerdo.
Fuente: The greatest war stories never told de Rick Beyer